Por: Jorge Gómez
I
En el fraccionamiento Los Silos no hay silos. Al menos no a la vista que uno pueda echar alrededor. Hay dos torres rojas que asemejan silos, pero éstas son, digamos, como adornos. Están ahí para que la gente sepa que en Silos, los silos que hay, son de a mentiras. Falsos: una especie de embuste.
Resumiendo: en Silos no hay silos verdaderos. Ni plantaciones por sembrar ni trigo que segar ni trillar. No hay tampoco campesinos que se juntan y laboran de sol a sol.
II
El polvo llega a las diminutas casas y las ensucia. El polvo llena los rostros de los vecinos y los molesta. El polvo. ¡El maldito polvo! Y el sol que quema. Y los árboles inexistentes que hacen falta. Y la tierra por todos lados. Y las calles que están llenas de calor y ausentes de vegetación, y que son pocas y que parecen vericuetos: laberintos. Así es Silos. Al menos a la vista que uno puede echar alrededor.
III
La marometa, en sentido estricto, es una “vuelta que se da con el cuerpo para después volver a la misma posición, como las que dan los cirqueros o los acróbatas”. La marometa, pues, es una pirueta. Es vol tearse o dar vueltas con el cuerpo mismo. Y (para quienes alguna vez en su vida handado una) es tener al
mundo de cabeza por un segundo.
Quizá por eso en el Ayuntamiento de Tlajomulco le pusieron a un festival dedicado a los niños el título de Marometa. Porque los niños tienen esa pueril y al mismo tiempo revolucionaria manía de poner el mundo al revésde decir que el cielo baja y : la tierra sube, de pensar que la luna puede tocarse con las manos y hasta comerse, de razonar sobre la posibilidad de cruzar todos losocéanos del orbe en una sola tarde, y sin cansarse.
La marometa, pues, es la ocasión de poner el mundo al revés aunque sea en un solo movimiento y por un solo segundo. Así es el Festiv al Itinerante Marometa: proporciona a los niños una oportunidad de sonreír. De poner cara de felicidad. Y de pensar que el mundo se puede poner al revés: que el mundo puede cambiar y transformarse en un solo día.
IV
En el fraccionamiento Los Silos hay casas diminutas, de una sola recamara y un espacio que debe fungir como comedor y sala y cuarto de estar y cuarto de lavado y biblioteca y todo. Una parte del fraccionamiento estávacío. Casas que no fueron habitadas y que han sido saqueadas: sin puertas, sin ventanas, sin instalaciones eléctricas. Solamente paredes.
Este es el contexto donde se instala el Festival Iti nerante Marometa el día de hoy. Se montan diez carpas que cubren igual número de talleres. Ahí, cientos de niños que caminan y corren y brincan y saltan, pueden sentarse a pintar, o a armar en hojas de papel figuritas, o a aprender a distinguir entre basura inorgánica y orgánica, o jugar lotería y serpientes y escaleras.
En un lugar lleno de polvo y de sol, en un lugar donde la vida no es amable por la carencia de servicios provocada por la desproporcionada ambición y falta de escrúpulos de los desarrolladores inmobiliarios, sí: en un lugar donde la delincuencia es lo cotidiano, lo de todos los días,Marometa es como un oasis para
los niños.
Juegan y aprenden. Ríen. Hablan con sus mamás y les piden ir a que les pinten la cara, o a pintar ellos en un pedazo de papel, o a for ar figuritas, o a ver a los payasos que les hablan de los derechos de los niños, oa saltar en brincolines, o a meterse en una alberca pequeñita e itinerante que, a pesar de ello, no deja de ser divertida. Marometa es, pues, un pedazo de felicidad entre tanta realidad tan hiriente.
V
“¿Qué haces?”, le pregunto a una niña de unos ocho años que, sentada bajo una carpa, recorta una hoja de papel. “Un corazón”, me r sponde. “¿Y dónde lo vas a poner?”, insisto con mis cuestionamientos. "Pues en el pecho”, me habla con tono de no concebir pregunta tan absurda. Ella recorta el corazón para colocarlo en el pecho de un dibujo más grande que asemeja un señor. Recortará también manos y
pies.
Una niña al lado, que escuchó la conversación, nos interrumpe: “yo mejor voy a poner el corazón en la cabeza y las manos en el pecho”. ¿Será que a eso le podemos llamar Marometa? ¿Es decir, poner el mundo a revés? Intrigado por esa respuesta tan inusual, le pregunto a la niña “¿Cómo te llamas?”. Voltea su rostro hacia el cielo, y me dice, muy llena de sonrisa: “me llamo Sol..., como el sol”.
VI
Mayté, de diez años, y Andrea, de once, están sentadas juntas. Ambas pintan en dos hojas de papel. El color que más predomina en sus dibujos es el azul. También hay un círculo rojo, o amarillo, exactamente en medio de la hoja. En la esquina derecha aparecen dos o tres líneas medio cafés y medio verdes. No le encuentro forma a nada.
Me siento junto a ellas y les pregunto: “¿Qué pintan?”. Y ellas, al unísono, me responden: “el mar”. Y siguen pintando con su pincel que de vez en cuando acercan a una charola llena de pintura de varios colores. Loazul es el mar; lo rojo/naranja, el sol; lo café/ verde: una palmera, me indican sin perder la concentración en sus trazos.
El dibujo de Mayté podría pasar por una obra maestra del impresionismo. Y el de Andrea, por un cuadro lleno de abstracción. Estoy pronto a levantarme y dirigirme a otro lugar. Pero me entra una duda y espontáneamente les pregunto: “¿Y conocen el mar?” Ambas me responden que no. Que sólo en la tele, y en una foto que sus padres tienen en la sala de su diminuta casa ubicada en el fraccionamiento Los Silos.
VII
En el Festival Itinerante Marometa los niños juegan. Los padres juegan. Y todos se divierten. Es lindo mirar las sonrisas de los niños, porque cuando uno las mira, vuelven a nacer las esperanzas en un mundo mejor. Sin tanta maldad. Sin tantas carencias. Sin tantos sinsabores.
Ojalá un día, estos niños que hoy martes fueron a esas carpas y que jugaron con pinturas y papeles y tijeras y se bañaron y saltaron y sonrieron, les nazca el sueño de poner al mundo de cabeza, como en una marometa. Y al ponerlo de cabeza, seguro, será un mundo mejor.