¿Este niño de quién es?

¿Este niño de quién es?

Por: Denisse Corona G.
El calor es semiseco e insoportable.
A lo lejos se puede observar la multitud y alcanzar a percibir la música, las risas y los gritos eufóricos. Ese era el lugar.
-“Aquí son los derechos de los niños”- Me dice convencida una mujer joven de lentes y gorra. -“Ellos tienen que colorear con verde lo que si pueden hacer, y con rojo, lo que no. Pero a muchos se les chispotea”- me comenta rodeada de una decena de niños que ignoran sus palabras y siguen concentrados tallando la crayola contra el semáforo, -“señora, déjele la silla al niño”- le ordena a una de la madres, mientras la segunda, apenada, se levanta de la silla entre las risas del resto de las madres, y con cara de pena murmura entre dientes -“Pos cuando yo llegué, no había nadie”-.
Hoy toca el turno al fraccionamiento Agaves, algún lugar ubicado en Tlajomulco, a orillas de la carretera a Chapala, una zona alejada del área metropolitana que pareciera ser una pequeña ciudad distante de todo. Más de mil personas, entre niños, jóvenes, adultos y abuelos se congregan en la cancha del camellón principal, donde toldos blancos albergan mesas con distintas actividades para cada gusto: papiroflexia, taller de barro, salón de belleza, cuenta cuentos y otros tantos.
-“¿Oiga y aquí qué hacen los niños?”-, pregunto. -“Aquí colorean”- me dice un hombre robusto y moreno de más de cincuenta años y de mirada amable. -“Ahhh, ¿y no les platican sobre el medio ambiente?”- pregunto de nuevo. -“Pos ellos ya saben de todo. De los bosques y de los árboles… ¿Cuál es su hijo? Este colorea muy bien…”- adelantándose a mi respuesta.
Al centro del montaje, es donde está lo mejor. La música “guapachosa” y las porras se escuchan por todos lados. El motivo es un concurso de baile que se lleva a cabo con parejas de pequeños desde los 2 años hasta los casi adolescentes. El escenario era una fiesta alegre y con movimientos de todo tipo, desde los apenados hasta los desinhibidos, los tiesos y las contorsiones sin forma ni sentido.
Pero el salón de belleza es el más popular, ahí se observan filas y filas de señoras con niños en brazos esperando a que sus pequeños regresen con un nuevo corte de cabello gratis, una catarina pintada en su rostro, o unas trenzas de moda que, con suerte, pudieran presumir al día siguiente en la escuela.
Al final de las atracciones están los brincolines, y estos sin duda, atrajeron toda mi curiosidad. -“¿Este niño de quién es? ¿Quién da más?”- El moreno de bigote es como la ley en la dinámica. Ahora es el turno de la nueva ronda de niños por subirse. Cuatro, cinco, seis, siete, ocho…doce. Doce niños saltando indiscriminadamente como pelotitas sin control de sí. -“Tengan cuidado con los bebés”- dice una pequeña de siete años que vaya a saber por qué razón, toma el papel de responsable dentro del juego.
La malla que rodea el brincolín, por 5 minutos define un microuniverso no muy alejado del mundo real. Mientras unos luchan por ponerse de pie, otros piden espacio para dar un salto mortal. Mientras unos brincan con miedo, sin moverse de su lugar y evitando caer, hay por ahí otro que rebota de un lado a otro de la malla, con una energía desbocada, que sin fijarse se lleva a varios entre los pies. Y también están los que tratan de imponer juegos con reglas.
Los cinco minutos transcurren en cuestión de nada. El tiempo termina y es hora de bajarse, de poner los pies sobre la tierra y quedar por unos segundos con esa sensación de seguir en movimiento. -“Córrele, que siguen los demás”- le dice la mamá a su pequeño que se toma el tiempo para dejar aquel microuniverso, como resistiéndose a lo inevitable.
Se me viene a la mente ahora la sonrisa de esa mujer, peleando con el papel, tratando de formar a toda costa esa bendita mariposa. Y la mirada emocionada de aquella abuela, la señora “maciza”, que espera sentada a un costado de su nieta el inicio de la función de marionetas. Por un momento tuve la impresión de que los niños eran sólo el pretexto de los grandes para estar ahí, para reír, para bailar y para ponerse pelucas de colores sin sentir pena alguna.
-¿¡De quién es este niño!?– Se escuchaba a alguien gritar.

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